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Sobre el texto
Si ésta fuera una sociedad tolerante, entonces el amor sería
la emoción en la que nos manifestaríamos con mayor
libertad y franqueza, sería esa parcela de nuestra intimidad
inaccesible a la influencia de los otros y en la que enarbolaríamos
orgullosos la bandera de nuestra propia soberanía e independencia.
Pero en el amor hay normas más o menos rígidas, determinados
preceptos de actuación que acaban por convertirlo en una
parodia, en la que interesa menos el sentimiento que la fabricación
de un aparataje social y convenido. También las normas sociales
violan la clausura de nuestros afectos y, en ocasiones, nuestros
sentimientos se vuelven difíciles porque no se ajustan a
los patrones establecidos.
Los amores difíciles son aquellos amores que no tienen un
espacio social. Esto puede parecer paradójico en una sociedad
que considera que ha prosperado y se ha vuelto más tolerante
en muchos aspectos. Se piensa que la represión en temas amorosos
es, sin duda, algo del pasado. Se mira la censura afectiva con cierta
distancia e ironía, como algo que ya no nos concierne, como
un estudiante que ha superado sus exámenes y mira con cierta
superioridad a los nuevos aspirantes en los que se ve a sí
mismo, en el pasado.
Esta sensación de suprema tolerancia ha creado el espejismo
de que todo está permitido, de que ningún tipo de
manifestación amorosa, ningún acercamiento humano
está prohibido. Nada más lejos de la realidad. La
sociedad define cuál es el verdadero amor, el "amor
perfecto" y, al mismo tiempo, condena lo que no se ajusta a
este patrón imposible. Algunos acercamientos humanos son
rechazados hasta el punto de que llegan a crear estigmas entre sus
practicantes. El repudio que provocan estas parejas, junto a una
identidad que nos describe como extremadamente tolerantes, hace
que la sociedad genere la idea de que lo rechazable es realmente
malo, porque hay en él una esencia de perversión.
Luego lo perverso existe y se manifiesta en aquello que es capaz
de escandalizar a una sociedad tan tolerante como la nuestra. ¡Un
espejismo!
En realidad, la sociedad crea una imagen de lo que es socialmente
aceptable. El amor tiene una manifestación muy concreta,
unas formas definidas, unos contornos que delimitan lo que es normal.
Lo normal es lo habitual, no lo más sincero o lo más
auténtico, sino lo que marca la fuerza de la costumbre. Todo
lo que no sea lo acostumbrado, está proscrito y su desarrollo
no sólo se vuelve difícil, sino que absorbe la esencia
de lo perverso. Amores difíciles, amores perversos.
Por ejemplo, no existe el "amor pobre". El amor conlleva
necesariamente unos recursos económicos. Es necesario que
la pareja consuma aquellos bienes que asientan su verdadero amor.
El hogar que recree las claves del auténtico amor no sólo
es necesario, sino que la falta de un hogar hace imposible el amor.
Es decir, hace difícil y perverso el amor. No se concibe
una pareja nómada, o lo que es peor (o es lo mismo), una
pareja pobre. A la pareja se le supone dinero y, además,
un afán de superación, un deseo de parecerse al amor
ideal y lujoso que representan las películas. La pobreza
conlleva rechazo, es un "anti-ideal" al que negamos incluso
el derecho a existir. La pobreza sólo es posible en un mundo
alejado de nosotros y, posiblemente, inexistente (por ejemplo, África),
pero no en nuestra sociedad. La pobreza es perversa y el amor pobre
no existe, porque los pobres, incapaces de obtener lo necesario,
son incapaces de tales sentimientos.
Este es solo un ejemplo. En realidad, el amor ideal es inalcanzable,
por más que todas las parejas, en un vano y desesperado esfuerzo,
intentan parecérsele. En el fondo, todos los amores son algo
perversos y, por supuesto, difíciles. Sin embargo, nos afanamos
en representar papeles imposibles. Es una convención, como
en el teatro, en la que es importante no mostrar lo que ocurre detrás
de bambalinas. La sociedad no perdona el realismo excesivo. Cualquier
improvisación, aunque sea sentida y brillante, es cruelmente
desterrada de la obra.
Los Amores Difíciles, son un paseo por las bambalinas y,
en algunos casos, por las puertas y las calles anexas al teatro.
Son zonas generalmente oscuras en la que los actores de esta obra
esconden sus contradicciones. Nada es perfecto, ni siquiera el amor
que por naturaleza es heterodoxo. Sin embargo, las presunciones,
los presupuestos con respecto a él existen. Hay verdades
indiscutibles y lo que se aleja de este discurso consensuado, resulta
incómodo.
Nunca es el mejor momento, ni existe el lugar adecuado para hablar
del amor, y menos cuando se vuelve difícil. A juicio de muchos
críticos, el inconsciente y atolondrado rapsoda que se aventure
en este ejercicio imposible, ha de mantener el equilibrio sobre
un puente renqueante, entre las aguas procelosas del amor libre
y las miasmas pútridas de lo cursi. Se trata ciertamente
de un ejercicio difícil, en el que también hay que
huir de la soberbia de considerar a los otros responsables de algo
que, en el fondo, no es más que un reflejo de nuestra común
naturaleza humana. Es un reto difícil pero vale la pena.
Porque lo cierto es que, en gran medida, nuestra infelicidad está
basada en las imposiciones afectivas, en los deberes emocionales,
en los equívocos, en nuestra incapacidad de reconocer el
lenguaje sutil del sentimiento, en esa indisposición sensorial
que nos aleja de nuestros afectos para acercarnos al falso calor
de la aprobación social, de la más hueca y artificiosa
convención.
En ocasiones, se dice que el teatro debe hacer pensar al espectador.
En nuestro caso, nuestra pretensión es hacerlo sentir. Para
ayudar en esta reflexión afectiva, utilizamos el método
de contrastes, al modo en que los científicos mezclan sustancias
para dejar ver un interior opaco. Nosotros unimos ingredientes muy
distintos, seres humanos contrapuestos, rompemos las reglas de la
química para observar el sentimiento descarnado. Proponemos
al espectador asistir a este experimento, y le invitamos a esta
convención de científicos ingenuos, para mostrarle
distintas radiografías de la emoción. Pero esto sin
olvidar que, como en todo congreso, también es importante
divertirse. A este afán dedicaremos gran parte de nuestro
empeño, tomando como contexto creativo aquella frase de Lao
Tse: "Apenas fabriques un pensamiento, ríete de él".
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